Publicado por Clara Grima
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No sé si están usando wifi para leer este artículo en Jot Down,
pero si la respuesta es positiva, deberán agradecerlo al trabajo de la
protagonista del mismo. No, a mí no, no tengo ni idea de ingeniería de
telecomunicaciones. Por ahora.
Pero, aparte de ser la precursora de la tecnología que usamos, por ejemplo, en nuestros amados smartphones,
la protagonista de esta historia tenía muchos atributos que,
lamentablemente, son de rabiosa actualidad. Y su historia, si no la
conocen, tiene todos los ingredientes necesarios, en mi opinión, para
ser contada muchas veces.
En unos meses se cumplirán cien años del nacimiento de Hedwig Eva Maria Kiesler en Viena. Si no les suena el nombre de esta mujer judía nacida en el imperio austrohúngaro (aquí viene un guiño a don Luís García Berlanga) posiblemente les suene más, a algunos, su nombre artístico, Hedy Lamarr,
popular actriz de la época dorada de la Metro-Goldwyn-Mayer, bautizada como Lamarvelous y
considerada por muchos la mujer más bella de la historia del cine. Y no
les faltaba razón, leche, no se puede ser más guapa que esta mujer.
Sigo. Como decía, Hedy (la llamaré así en
adelante porque es más corto) nació poco después de comenzar la Primera
Guerra Mundial y lo que no podía imaginarse la chiquilla era que su vida
iba a estar tan ligada a este asqueroso negocio, el de la guerra digo.
Hija de una pianista y un banquero, judíos, desde pequeña demostró altas
capacidades intelectuales y comenzó a estudiar Ingeniería a los
dieciséis años. Claro que a ella, aunque los estudios le iban muy bien,
lo que le gustaba era el artisteo (nos pasa a muchas, aunque no
seamos superdotadas) y a los tres años de comenzarlos abandonó sus
estudios para dedicarse al teatro en Berlín a las órdenes de Max Reinhardt, que no sé si se ponía estupendo como aquel poeta ciego homónimo que nos regaló don Ramón María, pero sí que fue una pieza esencial del teatro moderno.
Así fue como nuestra Hedy abandonó la ingeniería por un tiempo y apareció por primera vez, como extra, en la película Geld auf der Straße (Oro en la calle). Las cosas iban tranquilas y bien para ella hasta que en 1933, interpretó a Eva Hermann en una película checa, Ecstasy,
donde, aparte de aparecer totalmente desnuda, fingió el primer orgasmo
femenino de la historia. En una película comercial no pornográfica,
digo.
Cuentan que para conseguir la expresión de placer en la citada escena el propio director de la película, Gustav Machatay, le
pinchó en el culo con un alfiler. No lo intenten, hay otras formas más
efectivas para conseguir el placer de una mujer, más elaboradas, sí,
pero más agradables. De hecho, con lo fina que es una, yo posiblemente
le hubiese soltado un guantazo al checo.Sigo con la película, que me derivo más fácilmente que un polinomio.
Esta sí (note el lector el chiste bien traído y poco previsible con el título de la cinta), esta escenita enfadó
a un montón de gente, al papa (el de Roma), ¿cómo no?, pero sobre todo a
su familia. Y como, según cuentan, en aquella época un elegante y
pudiente señor, Friedrich Mandl, una mijita fascista el
muchacho, fabricante de armas (que vendía con sumo gusto y pingües
beneficios a los nazis, a pesar de ser hijo de un judío) estaba
enamorado hasta las trancas de nuestra Hedy, los padres de esta (judíos
también) le sugirieron que se casara con él. Y eso hizo. No se
sabe si comieron perdices, pero, desde luego, no fueron felices. Nuestra
bella austríaca estuvo presa en una jaula de oro y diamantes, como se
suele decir. El molt honorable marido trató de comprar todas las copias de la película de marras, no lo consiguió (entre otros, Mussolini no
quiso deshacerse de la suya, dicen), y según contó ella más tarde, no
le permitía ni desnudarse ni bañarse si no estaba él presente. En estas
aguantó nuestra protagonista desde 1933 hasta 1937, absolutamente
apartada del mundo del celuloide y fingiendo orgasmos solo para el
austrofascista. Bueno, y asistiendo a cenas y encuentros con militares y
científicos nazis que hablaban, entre otras cosas, de armamentos y
tecnología militar sin sospechar que aquella preciosa muñeca que les
escuchaba era, en realidad, una mujer más inteligente, posiblemente, que
todos ellos y con una pronunciada debilidad por la ingeniería. Supongo
que en aquellas cenas Hedy se mantuvo glamurosa, esto es, según su
propia definición: quieta y pareciendo estúpida. Ella misma declaró que
fue en una de esas veladas donde escuchó por primera vez las
dificultades de controlar mediante señales de radio la trayectoria de un
torpedo puesto que dichas señales podían ser fácilmente detectadas por
el enemigo e interferidas hasta, incluso, tomar el control del torpedo.
También que Hitler fue casi el único que la besó con delicadeza. En la punta de los dedos. De la mano.
No se sabe con exactitud cómo consiguió escapar de aquel castillo en el
que estuvo, según sus declaraciones, esclava. Ni ella misma lo deja muy
claro. Hay varias versiones, algunas más morbosas, como que tuvo ciertos
roces (de los buenos) con una criada suya y que disfrazada de
sirvienta, con los bolsillos repletos de joyas, se escapó. U otras
visualmente menos eróticas como que convenció al amo del calabozo de que
la dejara asistir a una cena con sus mejores joyas y se escapó por la
ventana de un baño. Sea como fuere, Hedy se escapó en 1937 y consiguió
llegar, en coche, a París. De ahí a Londres y desde allí embarcó en el
mismo trasatlántico que Louis B. Mayer, uno de los mayores
magnates de Hollywood en aquella época. Sí, el Mayer de la
Metro-Goldwyn-Mayer. Hedy bajó de aquel barco con un contrato de
quinientos dólares a la semana durante siete años y con un nuevo nombre:
Hedy Lamarr.
A partir de aquí, su carrera como actriz no
fue todo lo brillante como uno espera tras las líneas anteriores. Se ve
que aprovechó más bien poco el tiempo que estuvo estudiando con Max
Reinhardt. Era poco expresiva la muchacha y cuando trataba de remediarlo
sobreactuaba. Tampoco estuvo muy despierta cuando rechazó películas
como Casablanca o Luz de Gas, pero supongo que Ingrid (que tampoco era fea) se alegró por ello. De hecho, casi la única película que la mayoría de la gente recuerda de Lamarr es Sansón y Dalila,
donde ella era, naturalmente, Dalila, una chica de Gaza que derrotaba
al héroe israelita (un poco fofo en la película, por cierto) sin más que
cortarle el cabello. Ay, si la vida fuera tan fácil como en estos
cuentitos religiosos… Eso sí, una Dalila bella hasta el dolor. En
palabras de Terenci Moix, a propósito de la judía interpretando a
la filistea, «si inspiró masturbaciones —que lo hizo, santa mía— estas
fueron de lujo. Quien se masturbaba pensando en Hedy, eyaculaba perlas».
Pero dejando, por el momento, su carrera cinematográfica y volviendo a
sus inquietudes ingenieriles, recordemos que, poco tiempo después de su
desembarco en Estados Unidos estalló la Segunda Guerra Mundial. Aunque
este país tardó un poco en intervenir en la contienda, Hedy colaboró
repetidas veces con la inteligencia militar norteamericana comentándoles
algunas de las conversaciones que había captado en casa de su Mandl.
Sin embargo, la inteligencia (léase ahora con retintín) lo que le
pidió fue su colaboración para vender bonos de guerra y convertirse en
imagen de pósteres propagandísticos. Si comprabas veinticinco mil
dólares en dichos bonos, Hedy te daba un beso. Siete millones de dólares
vendió Lamarr en una noche. ¿Y si Pujol consiguió amasar su fortuna de forma similar? Vale. Era un chiste. Sí, muy malo.Besos y pósteres aparte, en ella se volvió a despertar la curiosidad por aquello de controlar los torpedos evitando interferencias por parte del enemigo. Y, claro, como además de preciosa era lista, se puso a estudiar sobre el tema. El problema con el control de torpedos, principalmente, era la necesidad de usar señales inalámbricas para el mismo. Los sistemas basados en cables, que también se probaron, tenían, lógicamente, un rango muy limitado. Por lo tanto, la comunicación con los torpedos se hacía usando ondas de radio y esto conllevaba la posibilidad de que el enemigo las interceptara.
A nuestra Hedy se le ocurrió la idea de usar más de una frecuencia para comunicarse con el proyectil, es decir, durante la comunicación entre el buque y el torpedo, ir alternando distintas frecuencias para la transmisión para hacer más difícil, para los otros, el rastreo de la señal y, por lo tanto, dificultar la posibilidad de interferirla. Junto al músico George Antheil (un moderno, vecino suyo en California), diseñó un sistema que consistía en colocar dos rodillos de piano idénticos, uno en el barco y otro en el torpedo, de forma que, rotando ambos a la misma velocidad, los orificios que tenían estos rodillos iban cambiando continuamente la frecuencia (hasta 88 diferentes) de la transmisión. Brillante, ¿no? Antes lista que sencilla.
El 11 de agosto de 1942, Antheil y Hedy (como Hedwig Kiesler Markey, por su matrimonio, otro, con Gene Markey) registraron la patente y se dio a conocer a la Marina norteamericana aunque, básicamente, la guardaron y pasaron de ella.
Bueno, hasta la Crisis de los Misiles de Cuba. Durante aquella
ofensiva militar estadounidense se puso en práctica el invento de Hedy y
George. Efectivamente, no usaron rodillos de piano, sino sistemas
electrónicos de conmutación de frecuencias, pero la idea era la misma,
Sin embargo, a esas alturas, ya había expirado la patente, claro. Lamarr
tuvo que esperar hasta 1997, tres años antes de su muerte, para que su
trabajo fuese reconocido con un premio de la Electronic Frontier
Foundation. «Ya era hora», dicen que fue lo que dijo ella al conocer la
noticia. Esta idea de Lamarr se conoce con el nombre de espectro
ensanchado y, en gran medida, es la que ha hecho posible, entre otras
cosas, la comunicación por wifi o 3G.
Los últimos años de Hedy Lamarr fueron menos
glamurosos. El lamé, la seda y el control de torpedos fueron sustituidos
por inmorales cantidades de dinero invertidas en cirugía plástica, no
supo envejecer a pesar de su extraordinaria inteligencia, denuncias por
cleptomanía (se nos vovió choricilla la niña) y demandas, muchas demandas. Lamarvelous demandaba a todo aquel que le tocara un poco los farolillos: a los escritores de su biografía, a Mel Brooks por usar el nombre Hedley Lamarr para uno de sus personajes de Blazing Saddles, y hasta a Corel Corporation por usar un dibujo suyo para la portada de CorelDRAW.
Sí, tenía genio la señora. De hecho, lo tuvo siempre, según dicen los
trabajadores de la Metro que trabajaron con ella, que la llamaban «Mrs.
Headache».El 19 de enero de 2000, bajó el telón definitivamente y Hedy murió en Florida, en un pequeño apartamento en el que compartía su soledad con la televisión. Sus cenizas, a petición suya, fueron esparcidas en un bosque austríaco.
Y así fue como, desde un orgasmo fingido y hasta Cuba, pasando por Gaza a pelar a Sansón, esta mujer, inteligente y bella, nos regaló esta historia fascinante y la conexión por wifi. El próximo 9 de noviembre, día del inventor en honor a Hedy Lamarr, celebren el centésimo aniversario del nacimiento de esta actriz que les regaló el smartphone. Si les apetece, claro, siempre si les apetece.
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